Esperando el inicio de las clases, ya el lunes empieza el movimiento, de mientras he ido al futbol (a ver al San Luis) y al beisbol (a ver al Aguascalientes, ja, es mucha ambiguedad), estoy en mi etapa de fanático de los deportes...
y de mientras, una noticia de La Jornada.
La cruz de la lectura.
"Si los libros son consejeros sin ambiciones, amigos mudos, memoria del mundo, agenda del porvenir. Si son y han sido patria de un pueblo, brújula de almas perdidas, ventana de la imaginación, antídoto contra la estupidez, terreno de libertad, objetos para avivar el ingenio, buscar la justicia, la verdad y diversificar el ocio, ¿por qué leemos tan poco? Lo pregunto porque según una reciente encuesta aplicada por la Procuraduría Federal del Consumidor, sólo 2 por ciento de los mexicanos tiene el hábito de la lectura.
En México llevamos más de 80 años promoviendo la lectura y, al parecer, poco hemos avanzado. En los años 20 del siglo pasado se creyó que el poco trato que teníamos con los libros era consecuencia de dos factores: el espeluznante analfabetismo de la población y el difícil acceso a los libros. ¿Cómo alcanzar la modernidad representada por las cintas de Rodolfo Valentino y el Neu port-delage, de Sandi Laconte, que en 1921 alcanzó en el vuelo la inverosímil velocidad de 339 kilómetros por hora? Alfabetizar al país no sólo era un acto de justicia, sino una necesidad para impulsar el desarrollo del país y darle forma a una nación.
Por ello el controvertido José Vaconcelos fundó bibliotecas, creó escuelas y misiones rurales, inundó al país con colecciones de los clásicos (tirajes de 18 mil ejemplares entonces y ahora no son cualquier cosa) y con publicaciones como El maestro, donde se publicó, en el centenario de la Independencia, uno de los poemas más emblemáticos del México de todos los tiempos: La suave patria de Ramón López Velarde.
De entonces a la fecha algo ha fallado en nuestro trato con los libros. El brutal analfabetismo del México posrevolucionario se ha reducido de manera considerable. Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática la población analfabeta no rebasa 6 por ciento y existen en el país 6 mil 810 bibliotecas públicas.
Es verdad que para un México como el nuestro las bibliotecas públicas son notoriamente insuficientes. Pero me parece que nada garantiza que de incrementarse su número se aumente, en igual o mayor proporción, el número de lectores.
En la más reciente encuesta sobre consumo de libros y hábitos de lectura, publicada en el número actual de la Revista del Consumidor, aparece un dato aterrador: sólo 2 por ciento de los entrevistados acude a las bibliotecas a leer y 80 por ciento jamás ha puesto un pie en una de ellas. Debo añadir una información fundamental: la encuesta se levantó en la ciudad de México y su zona metropolitana, donde se concentra el mayor número de bibliotecas públicas (406), librerías, tiendas y puestos de periódicos en los que también se venden libros.
¿No leemos debido al precio de los libros? No creo: los mejores libros, aquellos que han sobrevivido varias generaciones de lectores y que conocemos como clásicos, se encuentran en todas partes y son los más baratos. Además, en los años recientes ha quedado claro que el precio no es siempre factor determinante para impedir la lectura. La saga de Harry Potter y El Código Da Vinci lo han demostrado con creces. No son libros baratos y uno puede verlos en manos de lectores en el Metro, autobuses, parques.
Algunos promotores de la lectura sostienen, desde hace tiempo, que para ganar lectores se necesitan libros fáciles de leer. Según ellos, ''no cualquiera aguanta un Quijotazo". Pero los hechos señalan lo contrario: la más reciente edición de don Quijote, publicada para conmemorar el cuarto centenario de la obra, se ha convertido en un bestseller no sólo en nuestro país, sino en toda Hispanoamérica y, el oscurísimo Apocalipsis, es, sin duda, el libro más popular de La Biblia.
También existen quienes piensan que la modernidad ha hecho emigrar a los lectores de libros a la Internet. Pero no es así, según la encuesta referida: 94 por ciento de los entrevistados aseguró no leer libros, de ningún tipo, en la red. No cuesta trabajo entenderlos: resulta más cómodo y económico leer un libro que una pantalla de computadora. Además, curiosamente, uno de los países con mayor número de usuarios de Internet y uno de los más avanzados en materia de computadoras es Japón, el país lector por excelencia, pues 91 por ciento de sus ciudadanos tiene el hábito de la lectura. En Alemania la población lectora representa 60 por ciento y en México 2 por ciento. ¿Será que la herencia católica de no leer sigue causando estragos entre nosotros? Ojalá y no: esa herencia pestilente de prohibir y quemar libros anticipa siempre a los que queman personas. ¿No hay nada por hacer?"
y de mientras, una noticia de La Jornada.
La cruz de la lectura.
"Si los libros son consejeros sin ambiciones, amigos mudos, memoria del mundo, agenda del porvenir. Si son y han sido patria de un pueblo, brújula de almas perdidas, ventana de la imaginación, antídoto contra la estupidez, terreno de libertad, objetos para avivar el ingenio, buscar la justicia, la verdad y diversificar el ocio, ¿por qué leemos tan poco? Lo pregunto porque según una reciente encuesta aplicada por la Procuraduría Federal del Consumidor, sólo 2 por ciento de los mexicanos tiene el hábito de la lectura.
En México llevamos más de 80 años promoviendo la lectura y, al parecer, poco hemos avanzado. En los años 20 del siglo pasado se creyó que el poco trato que teníamos con los libros era consecuencia de dos factores: el espeluznante analfabetismo de la población y el difícil acceso a los libros. ¿Cómo alcanzar la modernidad representada por las cintas de Rodolfo Valentino y el Neu port-delage, de Sandi Laconte, que en 1921 alcanzó en el vuelo la inverosímil velocidad de 339 kilómetros por hora? Alfabetizar al país no sólo era un acto de justicia, sino una necesidad para impulsar el desarrollo del país y darle forma a una nación.
Por ello el controvertido José Vaconcelos fundó bibliotecas, creó escuelas y misiones rurales, inundó al país con colecciones de los clásicos (tirajes de 18 mil ejemplares entonces y ahora no son cualquier cosa) y con publicaciones como El maestro, donde se publicó, en el centenario de la Independencia, uno de los poemas más emblemáticos del México de todos los tiempos: La suave patria de Ramón López Velarde.
De entonces a la fecha algo ha fallado en nuestro trato con los libros. El brutal analfabetismo del México posrevolucionario se ha reducido de manera considerable. Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática la población analfabeta no rebasa 6 por ciento y existen en el país 6 mil 810 bibliotecas públicas.
Es verdad que para un México como el nuestro las bibliotecas públicas son notoriamente insuficientes. Pero me parece que nada garantiza que de incrementarse su número se aumente, en igual o mayor proporción, el número de lectores.
En la más reciente encuesta sobre consumo de libros y hábitos de lectura, publicada en el número actual de la Revista del Consumidor, aparece un dato aterrador: sólo 2 por ciento de los entrevistados acude a las bibliotecas a leer y 80 por ciento jamás ha puesto un pie en una de ellas. Debo añadir una información fundamental: la encuesta se levantó en la ciudad de México y su zona metropolitana, donde se concentra el mayor número de bibliotecas públicas (406), librerías, tiendas y puestos de periódicos en los que también se venden libros.
¿No leemos debido al precio de los libros? No creo: los mejores libros, aquellos que han sobrevivido varias generaciones de lectores y que conocemos como clásicos, se encuentran en todas partes y son los más baratos. Además, en los años recientes ha quedado claro que el precio no es siempre factor determinante para impedir la lectura. La saga de Harry Potter y El Código Da Vinci lo han demostrado con creces. No son libros baratos y uno puede verlos en manos de lectores en el Metro, autobuses, parques.
Algunos promotores de la lectura sostienen, desde hace tiempo, que para ganar lectores se necesitan libros fáciles de leer. Según ellos, ''no cualquiera aguanta un Quijotazo". Pero los hechos señalan lo contrario: la más reciente edición de don Quijote, publicada para conmemorar el cuarto centenario de la obra, se ha convertido en un bestseller no sólo en nuestro país, sino en toda Hispanoamérica y, el oscurísimo Apocalipsis, es, sin duda, el libro más popular de La Biblia.
También existen quienes piensan que la modernidad ha hecho emigrar a los lectores de libros a la Internet. Pero no es así, según la encuesta referida: 94 por ciento de los entrevistados aseguró no leer libros, de ningún tipo, en la red. No cuesta trabajo entenderlos: resulta más cómodo y económico leer un libro que una pantalla de computadora. Además, curiosamente, uno de los países con mayor número de usuarios de Internet y uno de los más avanzados en materia de computadoras es Japón, el país lector por excelencia, pues 91 por ciento de sus ciudadanos tiene el hábito de la lectura. En Alemania la población lectora representa 60 por ciento y en México 2 por ciento. ¿Será que la herencia católica de no leer sigue causando estragos entre nosotros? Ojalá y no: esa herencia pestilente de prohibir y quemar libros anticipa siempre a los que queman personas. ¿No hay nada por hacer?"
éste y muchos mensajes más me llegaron a través de la página de la "Librería Bibliofilia" de Aguascalientes...
2 comentarios:
enlace Asociación de Libreros de Aguascalientes A. C.
http://librerosdeaguascalientes.blogspot.com/
dentro de nada estoy arriba señores!!
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