Hoy toco trabajar tarde, hay mucha actividad en la biblioteca por los exámenes y muchos materiales que catalogar, pero aquí sigo.
pongo un artículo que me encontré, de libro en libro se va conformando algo más grande...
ORÍGENES. El que obsequia un libro, se arriesga a que no se lo agradezcan; a que se lo manifiesten con un rostro agrio, como un inquisidor, ante la ausencia de la víctima o que le den las gracias como si ese momento fuese un mal día. Asimismo, por ejemplo, es bastante atípico regalar libros en los cumpleaños y, si por casualidad, alguien lo hace, quizá el cumpleañero se sorprenda al recibir ese objeto de tan poca entidad.Desde antiguo, el libro fijaba su presencia en los monasterios, que lucharon por la cultura de Occidente. Gracias a esa facultad de conservar testimonios sólidos, que provenían de edades diferentes, las gentes comenzaron a interesarse por el pensamiento de pueblos lejanos, cuya barbarie consentida prodigaba interrogaciones de tonos imperiosos. Toda nueva y extraña lectura, genera un acicate y propicia un recuerdo. El interés se agranda a medida que la mente descifra nuevos conceptos ¿No era ésta la tarea grandiosa de los que traducían e interpretaban interioridades de culturas ajenas? En el momento en que las consideraban propias, el libro pertenecía a todos, y todos se ufanaban de esa compañía dilecta.
ITINERARIOS. El libro siempre fue el avizor que alertaba sobre la ignorancia. Cada vez que la advertía ofrecía sus páginas, sus ideas fértiles y ese llamado a comprometerse con cimientos nunca volubles, que predicaban magníficas alteridades y convencimientos que iban más allá de toda sensible especulación. Los lectores comprobaron que era preciso no solamente una lectura profunda sino, sobre todo, su inmediata cercanía. Un libro al lado de otro, temáticamente ordenados, con esa prolijidad de los escribas que, al reflejar las palabras del hablante, hacía palpitar en su alma, todas las que callaba y que le pertenecían. La vecindad de los libros preanuncia la seguridad de una cavilación y el vuelo de un mensaje. Y cada vez que arribaba un nuevo libro, todo se volvía plácido y sugerente. Comenzaba a existir una biblioteca personal, en donde estaba el vero símbolo de la familiaridad y el convencimiento de que algo había sucedido. Y los sucesos que resultan memorables, depositan el fervor de su aparición en ese lector ávido de escudriñar las tramas y los enigmas que se desprenden de las memorias afectivas.
SÍMBOLOS. Las bibliotecas personales, que pertenecen a un lector y están llenas de años y de impulsos, poseen finalidades secretas. Es menester preguntarse ¿cuales serán los aposentos futuros de ellas cuando el titular desaparezca? No siempre los deudos se hacen cargo de esos viejos sueños. La primera solución, que suelen esgrimir, es la venta, que trae la dispersión y la tristeza. Otra, la donación a una institución de cultura, lo que puede dar por resultado, y nadie se asombre si sobreviene, lentamente, el olvido y la desafección. Sabio seria darla a un museo, en el que ya están otras bibliotecas, que llevan los apellidos de quienes fueron sus poseedores.Hay en esta situación una solidez aconsejable, pues ese albergue no está solamente condicionado para amparar bibliotecas de dueños fallecidos, sino que los que aún permanecen, pueden otorgar ese aporte sin desligarse de él, pues pueden seguir utilizándolo, como si fuese un ámbito natal.Pero no siempre estos linderos recepcionan esas fecundidades. Infinidad de veces uno se queda sin respuestas y sin cortijo. Yo podría inquirir por una biblioteca, que me toca muy de cerca.¿En qué lugar, si lo hay, descansa la vasta biblioteca de mi tío político, el historiador don Aníbal Simeón Vásquez, salvando aquella donación que hiciera al Museo Histórico Martiniano Leguizamón, constituida por el archivo completo del general Ricardo López Jordán? Y debo preguntarme, también, sobre las de tantos otros esclarecidos ciudadanos, que están ahí, entre la memoria de la provincianía y la que proponen descendientes poco voluntariosos. Nunca se entenderá bastante lo que indica la conservación de lo incalculable. En nuestra modernidad no existe lugar para el rescate de las progenituras.
BASAMENTOS. Un biblioteca, amasada con ese ahínco venturoso, que se posee como rescoldo, es más que un conjunto de libros. Es la osadía heroica de tener un privilegio que desafía las épocas míseras, para defender las perentorias y célebres. Cada libro es porción de un tiempo característico, a la vez que un culmen, en el que anida la fe ímproba, que va más allá del hábito contemplativo. No es un legado cualquiera, algo que se deja, para compaginar una deuda enviada hacia deudos ingrávidos. Cada biblioteca personal conduce hacia el meollo de hombrías sensitivas y fundantes. Ojalá que todas ellas desencadenen lo que tantas veces hemos considerado un ofertorio: frente a la industria del magazin anárquico, el resplandeciente augurio de la lectura superior.